En cada latitud del Planeta en que se mida las consecuencias del flagelo que azota por nuestros días a la población mundial y que, como se ha visto, de forma inexplicable líderes políticos, actores económicos y algunos sectores sociales no terminan de comprender o aceptar, se verán resultados devastadores en cuanto a la pérdida de vidas humanas como mayor daño causado, y también otros factores desestabilizantes de los circuitos económicos, financieros y productivos en todo el orbe.
Ahora bien, sin ánimo de estrechar el análisis de los resultados de esta atroz pandemia y llevar su dimensión hacia la disyuntiva de determinar si lo primero es la salud o la economía, como también inexplicablemente se ha planteado en algunos países donde se dividen las sociedades locales como si se tratara de simpatizantes de equipos adversarios de fútbol, se observan con el pasar de los días, incontables ejemplos que no permiten otra conclusión que entender su origen en un crecimiento inusitado de la hipocresía y la condición miserable en que las personas humanas incurrimos merced a la mezquindad, le falta de solidaridad y la baja estima por el prójimo.
Hemos visto por los medios de comunicación masiva estos últimos días a líderes mundiales, religiosos, políticos, científicos, que han afirmado unívocamente que “nadie se salva solo” frente a una epidemia de las características de la que afecta a las personas de todo el mundo, sin límites territoriales, políticos, sociales ni étnicos. ¿Qué tiene aún que suceder para que se entienda definitivamente, que el ser humano, desde la óptica que quiera analizarse, es lo más importante para la creación y que los demás elementos solamente existen para su beneficio y servicio y no todo lo contrario?
Se ha privilegiado a la “economía” y los “mercados” en algunos países centrales llegándose a justificar de manera inaceptable, que, aunque se pierdan vidas de las personas más vulnerables, adultos mayores o con afecciones crónicas de salud, se justificaría resguardar la actividad económica. ¿Qué le está pasando a esta gente? ¿El Coronavirus afecta también sus facultades mentales? No existen interpretaciones diversas sobre el alcance otorgable a valores superiores como la “moral” aplicable a las relaciones humanas, más allá de las ideologías políticas o enfoques económicos con que se analice.
¿Qué nos dicen las teorías imperantes en los mercados acerca de la sana y lógica intención de obtener rédito por las operaciones comerciales, frente a los ejemplos detectados de acaparamiento de mercaderías de imperiosa necesidad en esta cruda instancia para los consumidores, tales como el alcohol en gel o las mascarillas protectoras para la cara en las farmacias, o los alimentos esenciales, que han sufrido incrementos desproporcionados en sus precios pocas veces vistos en las últimas décadas?
¿Cuáles son los límites atendibles en las especulaciones del sector financiero al aplicar intereses a las sumas que los deudores deben afrontar en los créditos personales o hipotecarios? ¿Puede ser que quienes por razones de las cuarentenas obligatorias impuestas por las autoridades públicas y sanitarias en cada país han quedado obligados a permanecer en sus residencias y con ello no trabajan, tengan que verse sometidos a los increíbles abusos de sus voraces acreedores?
No sería saludable continuar lastimándonos con más ejemplos sobre actitudes que, en resumen, ponen en duda las afirmaciones que las sociedades habitualmente y a modo de autodefensa comparten entre sus miembros a modo de escudo frente a las reprochables conductas que el egoísmo y las distintas vertientes del individualismo salvaje nos muestran. Por tal razón, cabe reflexionar si fenómenos como la catástrofe sanitaria que padece la humanidad en este tiempo, no serán el puntapié inicial para un necesario cambio de paradigma en los comportamientos humanos frente a las realidades que la naturaleza y otros condicionantes como la economía mundial, regional o local imponen a nuestras comunidades.
No hará falta comparar las diversidades culturales existentes en los continentes y naciones de la Tierra para llegar a una conclusión más o menos cercana sobre lo que esta pandemia nos dejará cuando alguna vez finalice. Podemos partir de nuestros más íntimos comportamientos individuales o sociales en cada barrio, ciudad o conglomerado urbano para obtener la materia prima sobre la cual será necesario amasar una nueva concepción de la convivencia. Nadie puede sobrevivir aisladamente; nadie es autosuficiente ante los requerimientos vitales, cotidianos o más complejos que los escenarios comunes nos imponen a cada paso.
El filósofo ingles Thomas Hobbes en el Siglo XVII, en la primera obra “Sobre el ciudadano” de su trilogía sobre el conocimiento humano -De Cove; De Corpore y De Homine-, popularizó la frase “homo homini lupus”, que significa “el hombre es el lobo del hombre” o “el hombre es un lobo para el hombre” y se cita con frecuencia cuando se hace referencia a los horrores de lo que es capaz la humanidad para consigo misma.
Esta locución, atribuida originariamente al comediógrafo latino Plauto (254-184 a. C.) señalaba que “lobo es el hombre para el hombre, y no hombre, cuando desconoce quién es el otro”, circunstancia patentizada en cada abuso cometido en contra de nuestros vecinos, consumidores o vulnerables, que son tratados indignamente o desconociendo la propia humanidad que compartimos.
Nadie puede desconocer que los resultados de la pandemia que nos afecta son impredecibles, no mensurables en términos absolutos e indefinidos en cuanto a las consecuencias sanitarias, sociales y socio económicas en todo el mundo.
Si se pretende mantener un orden planetario estable con base en los indicadores anteriores a la irrupción del virus en nuestras comunidades, países y regiones, es posible que no estemos haciendo un diagnóstico acertado.
Se impone un nuevo modelo, global y local para que los humanos puedan superar esta terrible instancia. Para dar comienzo a este proceso, que no será fácil de llevar a cabo, es menester reconocer algunas condiciones que lamentablemente no han sido consideradas hasta la fecha: la humanidad es más importante que la economía; el prójimo no es un objeto, es un par a quien debemos respeto y empatía; el egoísmo y la especulación sin límites producen entre los miembros de una comunidad peores estragos que cualquier enfermedad si no los combatimos responsablemente.
La historia de la humanidad ha documentado que, en las peores épocas, merced a las guerras, pestes y catástrofes naturales, las sociedades se han sobrepuesto con esfuerzos inimaginables, mucho dolor y pérdidas irrecuperables en muchos casos. Lo que no se registran son buenos resultados obtenidos en base a la destrucción de los pilares más básicos que cimentan el desarrollo de esas sociedades. El egoísmo, la falta de solidaridad y la especulación sin límites, sumados al desinterés por el prójimo, son el caldo de cultivo de las peores enfermedades sociales, frente a los cuales cualquier virus puede resultar inofensivo a largo plazo.
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José Luis Laquidara. Abogado argentino. Consultor en Derechos del Consumidor y Arbitraje. Asesor de la Fundación Ciudadana por un Consumo Responsable