Mientras que el mundo está tratando de dejar atrás la pandemia del COVID19 y lo que ha significado para los modos de vida de gran parte de la población mundial, y al mismo tiempo está enfrentando las consecuencias de la guerra en Ucrania con aumentos galopantes de precios, hay cada vez más atención para el cambio climático, por las evidencias de este en todas partes, de irregularidades del clima, sequías e inundaciones, aumento de temperaturas, incendios, huracanes y ciclones.
Para combatir el cambio climático, del 7 al 18 de noviembre se celebró en Egipto la COP27, la Conferencia de las Naciones Unidas sobre Cambio Climático, que fue la 27ª edición anual de la «Conferencia de las Partes» – con “las Partes”, se refiere a casi todos los países del mundo. Las Conferencias de las Partes fueron establecidas como mecanismo de reuniones, para dar seguimiento a la Convención Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC); Convención adoptado en Río de Janeiro en 1992, durante la Cumbre de la Tierra, la Conferencia sobre el Medio Ambiente y el Desarrollo.
Un vínculo temprano del movimiento de consumidores con el cambio climático se dio en 2012, a 20 años de la Cumbre de la Tierra en Río de Janeiro, cuando se celebró Rio+20. De parte de Consumers International, se presentó allí en 2012 un posicionamiento con respecto al tema de Consumo Sostenible, el cual ha estado en la agenda desde aquel entonces; incluso llegando a ser parte de los Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) de las Naciones Unidas: Objetivo 12: “Garantizar modalidades de consumo y producción sostenibles”.
Pautas concretas para frenar el cambio climático se establecieron durante la COP21, en 2015 en París. Allí se alcanzó un acuerdo histórico para combatir el cambio climático, fijando como objetivo evitar que el incremento de la temperatura media global supere los 2ºC respecto a los niveles preindustriales, y busca además promover esfuerzos para que el calentamiento global no supere los 1,5ºC.
Significaba acelerar e intensificar las acciones e inversiones necesarias para un futuro sostenible con bajas emisiones de carbono. El Acuerdo de París trazó un nuevo rumbo en el esfuerzo climático mundial, en establecer la causa común para todos los países de emprender esfuerzos ambiciosos para combatir el cambio climático y adaptarse a sus efectos, con un mayor apoyo hacia los países en desarrollo para lograrlo.
Hay voces – a menudo de parte de gobiernos y corporaciones – que estén culpando del cambio climático en primer lugar a los consumidores, reclamando que el esfuerzo climático tiene que venir de ellos; que le corresponde al público cambiar su estilo de vida, su comportamiento, cambiar sus malas decisiones y patrones de consumo, para solventar la crisis climática. O sea, están implicando que la crisis climática se trata de un problema individual, y que para los consumidores sirve el viejo lema que “un mejor medio ambiente comienza por uno mismo”.
A los gobiernos les conviene sermonearnos sobre nuestro consumo, ya que les libera de su responsabilidad para tomar decisiones políticas difíciles en cuanto a cambios del sistema; defendiéndolo, insistiendo en que corresponde al público cambiar su comportamiento. Uno de los métodos más comunes es convertir la crisis climática de un problema sistémico en un problema individual; excusando el sistema consumista, insistiendo en que corresponde al público cambiar sus patrones de consumo, consumir menos y evitar consumir productos de corta duración.
Pero ¿cuánto puede usted, como consumidor individual, contribuir realmente a la sostenibilidad? Que los ciudadanos quieran hacer su estilo de vida más sostenible, está muy bien. Sin embargo, hay claras indicaciones de que “el consumismo verde no salvará el planeta”. No hay que pretender que los consumidores privados pueden resolver el problema del cambio climático. La única opción es la intervención rigurosa de gobiernos y empresas. En última instancia, las verdaderas opciones dependen de los políticos.
Críticos de la COP del año pasado, la vigésima sexta conferencia del clima COP26, en Glasgow en octubre 2021, dijeron “debemos darnos cuenta de que los principales problemas se derivan de factores que afectan a toda la sociedad y que las soluciones implican principalmente cambiar los sistemas de la sociedad misma”[1].
En otras palabras, si queremos abordar la crisis climática, no tenemos que enfocarnos en cambiar decisiones individuales, – por lo menos no como punto de entrada -, sino en acordar un cambio sistémico de la maquinaria básica de crecimiento sin fin y maximizar ganancias; cambio para el cual gobiernos y empresas tiene que crear las condiciones, para que los consumidores tengan acceso a opciones adecuadas.
La contribución real tiene que provenir de empresas que minimicen el impacto de su cadena productiva sobre el clima y el medio ambiente, y de gobiernos que legalicen al respecto, además de monitorear su implementación con pautas estrictas.
Sobre todo, porque las decisiones individuales no se toman en aislamiento. Mediante prácticas empresariales como “obsolescencia programada” [2], diseñando productos con una vida útil limitada, de modo que los productos se vuelven obsoletos después de un cierto período de tiempo predeterminado, para luego ser reemplazados; y del lavado de cerebro de los consumidores con respecto a sus marcas (“brandwashed”)[3], a través de lo cual se insta a consumir cada vez más.
Debe de haber la voluntad política y la toma de decisiones de los gobiernos, para que exista este tipo de cambio. Sin embargo, se enfrenta con una influencia indebida vista en muchos países, donde los poderes fácticos los tienen grupos económicos y financieros, de manera que estos manejan la fijación de la política pública.
Un ejemplo positivo para un cambio sistémico es la Ley Marco, propuesto por la Comisión Europea en marzo de este año, para «reinventar nuestro modelo económico». Indican que el diseño de un producto determina el 80 por ciento del posible daño ambiental, de modo que el diseño de productos es la clave para una economía sostenible.
La ley propuesta permite establecer requisitos mínimos vinculantes para la vida útil de casi todos los productos (excepto alimentos, tanto para humanos como para otros animales), así como para su reparación y capacidad de actualización. Además, habrá restricciones en el uso de productos químicos que limitan el reciclaje de dispositivos, el consumo de energía y la contaminación del embalaje, contribuyendo así a frenar el exceso de basura.
Una ley puede dar la oportunidad a un verdadera “choice editing”, es decir, a una regulación de las opciones de consumo para los consumidores, y así evitar que haya oferta de un sinfín de marcas del mismo producto, sino que solamente se ofrece en venta opciones sostenibles, más amigables para el medio ambiente.
Es importante que los ciudadanos ajusten su estilo de vida y cambian sus decisiones de consumo, pero de todas formas tienen que demandar e incidir para que haya cambios sistémicos. El cambio real se produce en un ámbito donde no el consumidor como “shopper”, sino el ciudadano, como activista, accionista o participante de un fondo de pensiones, hace oír su voz y hace cumplir el cambio; no como individuo, pero en colectividad [4].
El año pasado en Glasgow durante el COP26, sí se pudo escuchar la voz de una tal colectividad, de ciudadanos, de activistas, de organizaciones civiles, fuera de las delegaciones oficiales, contrarrestando la presencia de empresas adentro de la Conferencia. Este año, durante COP27 en Egipto, fue mucho más difícil para actores independientes, tanto nacionales, como internacionales, de poder pronunciarse, tanto antes como durante la Conferencia; no así para la gran cantidad de “lobistas” que representaban los intereses relacionados a combustibles fósiles.
Al final del COP27 hubo un avance histórico, en el campo de “pérdidas y daños”, con la decisión de constituir un fondo de compensación financiera, para que países pobres y afectados pueden mitigar los daños sufridos. Sin embargo, resultó decepcionante la falta de avances en el área de prevenir la causa de la crisis climática, con una reducción de las emisiones de gases invernaderos, a partir de una disminución del uso de combustibles fósiles.
Es en la prevención que el consumo puede jugar un rol, siempre y cuando gobiernos y empresas creen las condiciones para logar cambios sistémicos, en que los consumidores tengan acceso a opciones adecuadas.
Joost Martens.
Director General Consumers International, 2008-2011.
[1] https://www.theguardian.com/commentisfree/2021/nov/09/cop26-leaders-climate-crisis
[2] https://es.wikipedia.org/wiki/Obsolescencia_programada
[3] https://www.casadellibro.com/libro-brandwashed/9780749465049/12404581
[4] https://www.nrc.nl/nieuws/2021/11/26/bij-wie-begint-een-beter-milieu-a4066951