Nunca será suficiente y satisfactorio el análisis de la acción sindical y el papel de la clase trabajadora o asalariada en las actuales y complejas formas de las sociedades modernas y desarrolladas extendidas en la mayoría de las zonas geográficas del planeta. Un tipo de actividad organizada, como es la del sindicalismo, nacida casi a la par del nacimiento del capitalismo y la posterior expansión de la industrialización, tiene por fuerza que, para evitar desaparecer o quedar reducida a una forma testimonial e histórica, configurarse de cara al futuro. No debe perder de vista la fuerza del valor del trabajo como valor de cohesión social incuestionable y determinante para que los ideales de bienestar y justicia social sean mantenidos en el devenir histórico de la humanidad.
A ello habría que añadir los nuevos movimientos sociales surgidos en tiempos más modernos, como puede ser el movimiento consumerista, que puede y debe estar ligado al movimiento sindical para convertirse juntos en una gran fuerza de progreso social y concretar políticas de igualdad que, junto al movimiento feminista por la de género, deben propiciar en todos los frentes la justicia social y el mayor bienestar para la mayoría de la sociedad. Tampoco se puede olvidar el movimiento ecologista, con sus connotaciones progresistas y objetivos, como el que la vida en el planeta Tierra siga siendo viable para los humanos en un futuro cercano.
Aunque la salida de la crisis económica se está empezando a producir desde hace algunos años, su repercusión en lo social y en lo político sigue produciendo altos niveles de pesimismo generalizado para millones de ciudadanos de muchas partes del mundo. En lo económico, la situación es incierta e injusta, sobre todo por la precarización del trabajo asalariado y el afán de acumulación de los que poseen las riquezas financieras, ya sean personas, gobiernos o instituciones de todo tipo.
Y no será porque no se han vertido ideas, programas electorales, trabajos políticos de investigación o propuestas democráticas de mediano o largo alcance para dar una salida de normalidad y estabilidad, que haga posible la construcción de una sociedad mucho más cohesionada, con valores de justicia social, solidaridad y entendimiento entre las clases y sectores sociales que la componen.
Esta es una crisis de grandes cambios culturales y de formas de vida y actividad que no estaban previstas en ningún guion, aunque los orígenes de estos trascendentales cambios, en lo económico, político y social estaban elaborándose a partir de los años 80. Principalmente, con la ofensiva, no solo económica, para reducir en lo que se pudiera las conquistas de los trabajadores, sino también de la deriva del capitalismo productivo al financiero, beneficiada esta actuación en los avances de la informática, la aparición de Internet y la conversión de China y otros países asiáticos en la gran “fábrica” mundial, con sus repercusiones en muchas sociedades más o menos desarrolladas.
El grado de insatisfacción colectiva que esta situación ha generado y genera, está produciendo una crisis de valores a la que los partidos democráticos que suelen gobernar en muchas naciones en fase de desarrollo o desarrolladas no consiguen dar respuestas. Esta situación también afecta al sindicalismo democrático. Ni siquiera las nuevas formaciones de izquierda o de centro surgidas de los efectos de esta gran crisis son capaces de ilusionar y convencer a la sociedad para ganar mayorías electorales que den una nueva estabilidad al sistema democrático.
La otra cara de la moneda es el desprestigio de la acción política democrática como herramienta para solucionar los problemas de la sociedad. Ese giro electoral de la derecha más radical que se está dando en un buen número de consultas electorales en diferentes países de diferentes continentes no viene dado, por lo general, porque los partidos de izquierda o progresistas hayan abandonado sus valores tradicionales de solidaridad y progreso. Más bien, éstos no han sido capaces de contrarrestar el formidable avance ideológico de la ideología capitalista, antes y durante este periodo de crisis económica, política y social, que ha irrumpido con todo su poderío mediático y materialista en la conciencia general de nuestras sociedades. Ya lo decía Karles Marx en el desarrollo de la sociedad industrial del siglo XIX: “La ideología dominante es la ideología de la clase dominante”. En aquellos tiempos, igual que ahora, esta ideología es la del capitalismo.
¿Y cómo se materializa, desde hace muchos años, antes, durante y después de la crisis, esta ideología? Sobre todo, en el dominio de los resortes informativos y culturales que están propiciando el individualismo, el desapego y la desconfianza hacia las formas de la actividad política. Complementado, gracias al desarrollo de las tecnologías, con una apuesta que, de momento, triunfa, dando lugar al desaforado consumismo que afecta a todas las clases sociales de nuestras modernas sociedades. Cuanto más consumo, más insolidaridad, más dominio ideológico de los que dominan el sistema económico mundial en la mayor parte del planeta, con sus secuelas más graves de paulatina degeneración del medio ambiente, y un futuro incierto para una gran parte de la humanidad.
Frente a esta situación, la izquierda política, la clásica y la que ha surgido al calor de esta crisis, sigue denunciando las injusticias del sistema, pero lo hace recurriendo a argumentaciones y valores que a una buena parte de los trabajadores y de todos aquellos que reciben un salario no les convence. Sus programas no están pensados sobre la base de la centralidad del trabajo en nuestras sociedades. Esta cuestión se relega para dar cabida a mensajes electorales para los intereses generales de lo que se ha dado en llamar clase media, e incluso de la pequeña y mediana burguesía, dando paso a lenguajes populistas como la transversalidad, la gente e, incluso, lo combinan con todo lo referido a la palabra pobreza y a la marginación social, cuando las minorías afectadas por esta situación por lo general no votan o no les interesa para nada la cosa pública.
La reducción de protagonismo que la clase trabajadora tenía en la era industrial ha traído el declive de la ideología de la resistencia política y sindical a la explotación capitalista y empresarial, que protagonizaron con cierto éxito, por lo general, los partidos socialistas, comunistas y el sindicalismo de clase, que conquistó para una gran parte de la humanidad unas cotas de bienestar como nunca se había conocido en su historia.
Creo que se ha abandonado excesivamente la publicidad y el recordatorio, ante los trabajadores y la ciudadanía en general, de los enormes sacrificios que tuvieron que asumir miles y miles de activistas sindicales y políticos en muchos lugares para que estas conquistas se consiguieran y mantuvieran.
Pero las grandes concentraciones laborales permanecen. Hay que decir esto frente a las tesis poco esclarecedoras que se hacen desde diversos sectores, entre ellos el de la izquierda política, sobre el “final” de la era industrial, debido al importante auge de las nuevas tecnologías, la deslocalización de muchas empresas y el arrumbamiento de muchos centros fabriles. Me parecen argumentos que alientan aún más el objetivo de restar protagonismo al movimiento sindical en nuestras sociedades. La ciudadanía que depende de un salario para sobrevivir seguirá siendo la más numerosa en el futuro.
Aparecen y se mantienen empleos y actividades productivas que tenderán a consolidarse: la Administración Pública, la Enseñanza y la Sanidad públicas y privadas, el ascendente sector de los servicios a la ciudadanía, la asistencia a las personas en edad avanzada, la producción y elaboración industrial de alimentos, la industria del vestir, el turismo, el transporte, la construcción de viviendas o infraestructuras, más los centros productivos de alto nivel tecnológico, como vehículos de automoción, electrodomésticos, material de telecomunicaciones o energías renovables. Todas estas facetas productivas seguirán dando empleo a millones de trabajadores en una gran mayoría de países.
La lucha por unas sociedades más justas y solidarias son más necesarias que nunca, los avances tecnológicos y científicos deben favorecer unas condiciones de vida mejores que las que existen hoy en muchas naciones, sobre todo en los países menos desarrollados. La conquista y mantenimiento de las libertades democráticas deben propiciar los movimientos de amplios sectores de las sociedades modernas en pos de la Justicia Social y la igualdad de toda la ciudadanía.
La presencia de la fuerza de la clase trabajadora debe ser visualizada en amplios sectores de la sociedad, organizándose a través del sindicalismo de clase democrático, con la alianza de otros movimientos organizados con los que confluir en intereses compartidos, como puede ser el consumerista, el feminismo o el ecologismo, además de partidos políticos de corte progresista que busquen la reducción de las desigualdades económicas y sociales. De esta manera, se puede ganar la batalla ideológica de la razón del reparto de la riqueza generada desde todos los sectores sociales, todo ello a través de la negociación y la presión para convencer a empresarios, gobiernos y detentadores de la riqueza de que es mucho más beneficioso para todos vivir en sociedades libres, y que los ciudadanos y ciudadanas puedan vivir con dignidad.
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Francisco Acosta Orge. Patrono de la Fundación FACUA. Cofundador del Movimiento Sindical de Comisiones Obreras en el año 1964 en plena Dictadura Franquista. Despedido en la empresa donde trabajaba en junio de 1970 por realizar una huelga de trabajadores. Detenido y encarcelado en varias ocasiones. Formó parte de la Coordinadora Nacional de Comisiones Obreras de España, cuyos diez componentes fueron condenados el 20 de diciembre de 1973 por el Tribunal de Orden Público a más de 162 años de cárcel, de los cuales le correspondieron 12 años y un día.