A veces, la realidad se confunde con la ficción. Otras veces, incluso, la realidad es aún más impresionante que la ficción. En el mundo del arte, de la literatura, de la cultura en general, no todo vale. Existen unos códigos que hacen que funcionen los buenos poemas, las impactantes instalaciones artísticas, y el pensamiento sano, la honestidad, la ciencia, la proporcionalidad, los conceptos y el relato deben ser consistentes o no funcionará. Los mundos conceptuales en los que se mueven las obras de arte, los grandes poemas, las novelas impagables, los espectáculos que, de verdad, aportan algo, tienen (o deberían tener) como base hacer pensar, conseguir que la ciudadanía reaccione, que recupere su capacidad para detectar la injusticia.

En una buena obra de arte, en una buena novela, nada sucede porque sí. Todo tiene unas consecuencias. Los personajes deben responder a un perfil determinado, los entornos deben ser creíbles y los diálogos transmitir aquello que no puede transmitir el entorno. Si algo se puede ver, no es imprescindible que sea descrito. Pero en la vida real no es así. Y no lo es, fundamentalmente, porque todo responde al “bien supremo”: el dinero. Lo que importan no son las personas, importa la obtención de beneficios. El escritor y economista español José Luis Sampedro, inolvidable y profundamente revolucionario, afirmó en un congreso organizado por la difunta “Escuela Europea de Consumidores” lo siguiente: “desde que la Política Económica pasó a llamarse Economía, todo ha cambiado, el poder del dinero lo domina todo”. Creo que hay mucho de verdad en todo esto, porque la economía debe estar al servicio de la “polis”, es decir, de la ciudadanía, y no al revés, como sucede cada vez más. 

En el mundo real, en los mundos que rodean el consumo, nada es lo que parece y alterar la realidad (mediante la publicidad y las informaciones interesadas y deshonestas) está a la orden del día. Y todo responde a un mismo fin: salvar la “Economía”, salvar el dinero de quienes lo tienen a espuertas y que cada vez quieren tener más. El tener más (más dinero, más coches, más lujos, más joyas, etc.) no tiene fin. Comer es finito, nadie puede comer más de lo que admite su estómago. Por eso, hubo quién propuso que hubiese un límite a tener, a gastar, al despilfarro, un límite en las tarjetas de crédito. Pero eso no se hizo entonces y no se hará nunca. Porque el poder lo tiene el dinero, sin lugar a dudas.

He sido profesora, vocacional, y he impartido docencia en diferentes niveles educativos. He inventado más de doscientos materiales didácticos multimedia. He impartido miles de cursos, conferencias, talleres prácticos, etc. Y desde esa experiencia, pienso (y así lo he practicado siempre) que el movimiento consumerista no puede dejar fuera algunas cuestiones fundamentales: generar pensamiento crítico (esta fundación es un magnífico instrumento para ello), conseguir visibilidad (desde la honestidad, la profesionalidad y la inteligencia) y generar materiales didácticos.

Permitidme que, tras la experiencia de más de cuarenta años elaborando este tipo de materiales, deje aquí una especie de “consejos de abuela”. Creo que es necesario elaborar buenos materiales didácticos y para ello hay que:

  • Investigar. Teniendo como base la honestidad y el rigor.
  • Adaptar los contenidos a los niveles educativos, edad y entorno.
  • Conseguir que sean dinámicos, divertidos e inspiradores.
  • Propiciar la manipulación de productos y objetos.
  • Capacitar el aprendizaje de cómo implicarse.
  • Generar materiales útiles para todos los géneros.
  • Conseguir que hagan pensar.

Urge renovar los materiales didácticos. No podemos seguir utilizando herramientas obsoletas y conceptos arcaicos y solo librescos.

Por otra parte, no debemos olvidar, que cada vez más, en los centros escolares, y en la propia sociedad, se nos exige responder a preguntas que otros han formulado, reproduciendo los mismos sistemas y consiguiendo así que todo cambie para que siga igual. Por ello, desde la educación, desde los movimientos sociales, desde las organizaciones consumeristas, debemos entrenarnos para la formulación de nuevas preguntas, preguntas innovadoras que no olviden el contexto en el que nos movemos. Y para ello debemos investigar.

Soy investigadora por pura curiosidad científica y social. He investigado cuando participaba activamente en el mundo del consumo responsable, y sigo investigando ahora que estoy participando más activamente en el mundo del arte, de la cultura, de la literatura. Nunca estuve dispuesta a limitarme a contestar las preguntas que otras personas (y sobre todo el sistema) habían pensado que yo debería responder para mantener el statu quo. Siempre he querido encontrar nuevas preguntas, cuyas respuestas puedan cambiar aquello que no nos gusta porque es injusto para la mayoría de la población, que nos impide avanzar.

No hace muchos años, dirigí para España dos investigaciones (por encargo de una entidad alemana que trabajaba para la Comisión Europea). Una de ellas para descubrir los motivos del sobreendeudamiento, la otra relacionada con los contratos y las prácticas de las compañías de telefonía móvil. Los resultados servirían para realizar cambios en la legislación europea. Para mí, sirvieron para demostrar lo que he manifestado al principio. En ambos casos, no importaban las personas, sino los beneficios. Los bancos actuaron de manera temeraria y fraudulenta para sacarles los ahorros a personas que no podían defenderse; y las compañías de telefonía móvil sorteaban los impedimentos legales para amarrar a sus “clientes” y para hacerles pagar de manera abusiva e injusta.

Tras esos dos estudios, he realizado otro que titulé Descubrir lo que se sabe. Estudio de género de 48 premios de poesía (editado por Genialogías y Tigres de papel, 2016, actualizado en 2019). El estudio demostró que, efectivamente, lo que era vox pópuli (que las mujeres obtienen menos premios y están menos presentes en los jurados que los hombres) era una realidad. Y que la Ley de igualdad efectiva de 2007 no se cumple por las instituciones públicas españolas ni por las instituciones sin fines de lucro. La paridad en los jurados es una obligación, pero solo una entidad lo cumplía en el estudio inicial. Afortunadamente, tras los resultados de 2016 (enviados a todas las instituciones convocantes) y los más de 150 medios de comunicación (españoles y extranjeros) que se hicieron eco del estudio, los resultados han sido muy distintos: no hay paridad en todos los casos analizados, pero sí en quince de ellos, en los años 2017 y 2018. Es decir, investigar, demostrar, visibilizar, reivindicar, etc., sirve de algo.

Aquí se puede descargar gratuitamente el estudio http://www.nievesalvarezmartin.com/Premios_estudio.htm

Como mujer artista, he asumido con fuerza los contenidos sociales y, en especial los feministas, en mis proyectos, en mis exposiciones (individuales o colectivas) en mis textos, en mis propuestas y en mi primera novela Alicia en el país de la alegría (Lastura, 2019). Las mujeres no queremos que nos regalen nada por el hecho de ser mujeres. Lo que queremos es que no nos lo quiten por ese mismo hecho. Creo que esta afirmación podría valer también para el mundo del consumo: no queremos que nos den nada gratis, queremos que nos den un buen producto a un precio justo, que no nos envenenen, que no nos estafen, que no nos engañen, que no nos propongan mundos idílicos en la publicidad con la única intención de conseguir nuestro dinero proponiendo milagros irrealizables. Queremos bienes, productos y servicios que cumplan eficazmente su cometido, a un precio razonable, con una correcta información, sin estereotipos, tabúes ni lugares comunes. En resumidas cuentas: que no traten de estafarnos.

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Nieves Álvarez Martín. Artista y activista cultural. Ex- Directora de la Escuela Europea de Consumidores(www.nievesalvarezmartin.com)