Que invariablemente las voces de la política, la sociedad, los medios o la academia se refieran siempre al “modelo económico”, es ya un problema en sí mismo. Estamos diciendo que todo se basa en un patrón “correcto” de caminar la vivencia humana que, en realidad, ha devenido en un único camino para llevarnos a la autodegradación de todo lo vivo.

Y no es que la economía no sea importante, es que cuando se habla de economía, se alude solo al “crecimiento”. Y, ¿en qué ha resultado el “crecimiento”?  En destrucción ambiental, en miseria, en capital especulativo, en acumulación de cosas a las que atribuimos un valor supremo: el petróleo, el oro, el coltán, etc., y que se fueron imponiendo primero desde países y luego desde multinacionales concentradas en unas pocas manos de seres, de quienes hoy, cabe dudar de su salud mental. 

Ese modelo de acumulación, quizá una de las peores formas del consumo, alimenta la compulsión consumista creada por el neuro márquetin a través de la publicidad, la promoción y el patrocinio de distintas ideas de “felicidad” y satisfacción del vacío interior que nos ha dejado la desconexión de la naturaleza, para lograr que comamos basura, arrasemos sin piedad las ultimas selvas, nos enganchemos a la TV o a las redes, matemos por unos zapatos que no podemos comprar, hipotequemos la vida por un artículo suntuario, paguemos seguros de toda clase para que “nos garanticen” los inalienables derechos y el uso de los bienes comunes, como si fueran mercancía.

Bacon imaginó en su novela la Nueva Atlántida, un mundo gobernado por científicos con un sumo sacerdote de la ciencia a la cabeza, personas que iluminarían el camino planetario y cuyas voces incontrovertibles dirían la verdad única basada en el control de la naturaleza. Saber es poder. Yo diría que el sueño de Bacon se hizo realidad, solo que, a diferencia de su utopía, seguramente bien intencionada, estamos en manos de un capitalismo atroz amparado en las llamadas ciencias duras y en aquellas tecnologías que han comandado esta crisis civilizatoria.

Si el modelo civilizatorio, reducido a este modelo económico está en su crisis más explosiva, cabe preguntarse si tales ciencias también lo están, y de paso si seguimos confundiendo técnica con ciencia, o si convertimos la ciencia en una nueva fe, de la que si te atreves a dudar -esencia del conocimiento-, pareces correr hoy el riesgo de ser juzgado y proscrito.

La pregunta es ¿Por qué pensamos lo que pensamos? Sin detenerme en las profundidades filosóficas tan necesarias, no hay duda de que existe una episteme que sustenta todo el modelo desde sus orígenes, la misma que dicotomizó en opuestos a la naturaleza de la humanidad, y convirtió toda diferencia en desigualdades.

Existen muchas relaciones abiertas y subyacentes entre el consumismo y salud mental, la soledad humana, el vacío existencial, la pobreza. El capitalismo nos induce a perseguir como mercancía a nuevos estímulos, emociones y experiencias, pero todo lo que nos ofrecen viene con obsolescencia programada inmediata, así que todo lo “novedoso” se trivializa rápidamente dejándonos el vacío necesario para salir a consumir de nuevo. 

Existe mucha patología entre quienes predican abierta o veladamente la eugenesia – “rama de la filosofía que se encarga de «mejorar, adelantar y aplicar» la selección natural- (teoría darwinista que surgió en el siglo XIX). Esta ciencia tiene como fin eliminar a todos los seres vivos cuya genética sea defectuosa o incorrecta”. (Versión rápida de Wikipedia), así como en aquellos expertos no en ciencias de la salud sino en tecnologías, que ahora predicen pandemias, ofrecen vacunas o chips de obligatorio uso, sin el cual se perderán muchos derechos ciudadanos: viajar, ingresar a la escuela, abrir una cuenta bancaria, etc.

De igual manera hay demasiada patología en las voces mediáticas (otro monopolio de los mega poderosos) que día a día nos hacen consumir “información” en consonancia con un modelo sanitario que se basa en la enfermedad y no en la salud. Se cuenta a gotas cada nuevo infectado, muerto, internado en cuidados intensivos, número de pruebas, etc.  Desde la atención a la emergencia en un modelo basado en la salud y no en la enfermedad, deberíamos aprovechar para decir a las personas que lo que importante es comer sano, dejar de consumir chatarra, tener las necesidades básicas satisfechas, tener acceso en calidad, cantidad y oportunidad a la salud, educación, al aire y agua limpios; en suma, que los llamados determinantes socioambientales de la salud estén al alcance en derecho de cualquier ciudadano.

¿Por qué los medios no están diciéndonos esto y en cambio siembran pánico al enfocarse en la data compulsiva?, ¿qué intereses se mueven en esta verborrea paranoica de 24/7? El filósofo coreanoa Byung-Chul Han, afirma que “El dataísmo es una forma pornográfica de conocimiento que anula el pensamiento. No existe un pensamiento basado en los datos. Lo único que se basa en los datos es el cálculo”. Están logrando que enfoquemos nuestro consumo de información en la infalibilidad papal de lo científico de las cifras y modelaciones matemáticas (susceptibles de condicionar de acuerdo con las variables que las alimenten), dejando de lado el indispensable contexto, olvidando, repito, los determinantes socioambientales y el modelo sanitario mismo, ¿nos estará dejando pensar? ¿de veras la salud y la ciencia son mecánicas y lineales?

En los 90s por recomendación del Banco Mundial, se nos indujo a un modelo sanitario basado en el aseguramiento privado. La argumentación teórica venía del consenso de Washington: lo público es ineficiente, el estado debe reducirse al mínimo, y es mejor subsidiar la demanda que la oferta. Así fueron privatizando los servicios de salud y la insuficientemente desarrollada salud pública, languideció detrás del modelo. Al menos así sucedió en Colombia. El conjunto de los trabajadores de la salud vio precarizar sus condiciones laborales, ahora se les contrata por órdenes de prestación, y las empresas privadas constituidas para ello, no pagan en meses sus salarios, mientras las familias dueñas del negocio se enriquecen a costa de la salud pública.

¿Volveremos a la normalidad?  O a una nueva normalidad basada en la universalización del tapabocas como prenda indispensable, a la auto prohibición de abrazarnos en público por miedo a la sanción,  o hasta que todos bajemos la app o nos pongamos la vacuna prometida que nos salvará porque podrá detectar si sube la temperatura de nuestros cuerpos,  estemos tosiendo de más, ponemos mensajes de duda, o reportemos al odioso vecino que osó pasar muy cerca y la aplicación nos dijo que era un coronavirus positivo… Confío que allí estará el amor y la solidaridad para salvarnos de esa normalidad basada en el ego.

Estas reflexiones vienen hoy desde distintas voces y si bien pueden parecer políticamente incorrectas, es necesario poner en el amplio debate público a qué “normalidad” queremos apuntarle, pero sin duda, no será la de este tipo de consumismo. En enero del 2020 tuvimos temperaturas primaverales en el ártico, lo que personalmente me causa más pánico, no obstante, ya nadie habla del cambio climático que, sin dudar, causará muchas más muertes. 

Nuestra organización se ha centrado en los consumos que afectan la salud humana y ambiental y proponemos que debiese ser el motor de todos quienes afrontamos el consumismo. Es urgente preguntarnos cuál es nuestro rol en las actuales circunstancias y caminar de la mano trascendiendo fronteras porque estamos frente a una oportunidad única. Los modelos son invenciones humanas, por tanto, reinventables. Nuestro trabajo, como nunca está en el centro de la educación política para la libertad y el bien común.

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Dra. Esperanza Cerón Villaquirán, MD, PhD. Directora de Educar Consumidores de Colombia