Los medios de comunicación masiva de gran parte del mundo se han ocupado de comentar en el último tiempo el éxito obtenido en casi toda América y Europa, de la primera novela gráfica en idioma español, creada en Argentina y publicada originalmente como una serie de 106 entregas desde 1957 a 1959 en la Revista Hora Cero Semanal. Esta obra cumbre de la ciencia ficción, escrita por el malogrado Héctor Germán Oesterheld (1919-1978) e ilustrada por Francisco Solano López (1928-2011), ha trascendido como “El Eternauta” a varias generaciones de lectores en todo el planeta y actualmente se exhibe como serie televisiva con gran impacto en Argentina, Bolivia, Brasil, Chile, Colombia, Ecuador, México, Perú, Italia y España, entre otros países, según datos aportados por Netflix.
La edición definitiva, revisada y corregida, que actualmente ha ganado el interés de miles de jóvenes y adultos de todas las edades, conserva su vitalidad narrativa, vigor político y su peso iconográfico intactos, invitando a lectores y televidentes a disfrutar sus atrapantes contenidos.
Sin ánimo de comentar la trama y sus numerosas alternativas, rescato el hecho sobresaliente de relatar una inexplicable y desoladora invasión, que causó estragos incalculables y la muerte de los habitantes de la ciudad de Buenos Aires y sus cercanías -en la ficción-, con efectos devastadores, causantes de angustias, reacciones violentas, ataques inconcebibles entre vecinos, sospechas e incertidumbres entre los sobrevivientes y desesperación.
Esta obra, cuya lectura o visualización recomiendo a quienes puedan tener acceso en el lugar en que se encuentren, seguramente logrará mantener el interés permanente por conocer sus desenlaces y con ello, disfrutar la genialidad del guionista y el ilustrador de esta novela.
A partir de lo comentado, surgen sensaciones que de la misma forma pretendo compartir con quienes lean estas opiniones, basadas esencialmente en los principios, normas, ámbitos específicos de ejecución y acceso, expectativas y desazones que la protección de las y los consumidores conlleva desde su inclusión como parte de los derechos y obligaciones en las sociedades y sus diferentes niveles de desarrollo, aceptación social y falta de cumplimiento en cada ambiente en el que nos manejamos.
Quienes nos preocupamos por el acceso a los derechos por parte de las personas, sin distinciones de ningún tipo y, en particular, respecto a las relaciones de intercambio de bienes y servicios para el consumo, seguramente hemos conocido distintos escenarios generados durante todo el tiempo por las políticas, los factores de poder, las variables de la economía y los cambios operados en los mercados, las tecnologías y nuestros hábitos personales y colectivos.
Podremos en este sentido afirmar sin temor al error, que la protección de nuestros derechos como personas consumidoras ha variado, quiérase o no, según los perfiles ideológicos de quienes gobiernan nuestros países, la dependencia de los Estados respecto a los organismos multilaterales de crédito, las alianzas que fluctúan peligrosamente entre las naciones y las inveteradas luchas por la acumulación de recursos por algunos y el acceso a lo necesario para la subsistencia por parte de los otros.
Y aquí es cuando aparece una serie de cuestiones que dan sustento a las inquietudes que comento: ¿cómo puede compatibilizarse en cualquier país que, habiendo adoptado el sistema democrático de gobierno, con legislación y constituciones adecuadas a los principios señalados, puedan coexistir éstos con prácticas gubernamentales que las contradicen abiertamente? ¿Cómo podrán las instituciones públicas y las organizaciones no gubernamentales hacer efectivas las políticas de protección a las y los consumidores frente a medidas que desconocen los preceptos constitucionales, las normas y las prácticas habituales del consumo de bienes y servicios adoptados durante años por las poblaciones en forma regular?
¿Será entonces necesario revisar si todos estos derechos, en honor a los cuales hemos transitado por numerosos caminos para concretarlos, en beneficio de las personas más vulnerables frente a los poderes generados por la economía y la política persisten, o han perdido su valor para la sociedad?
Quizá sea necesario hacer un análisis comparativo de lo que sucede en los países de la región, de Europa central y el resto del planeta si se quiere, para tratar de entender si lo que hoy nos causa sorpresa por su crudeza y efectos, resulte ser una realidad inevitable, en la que, tal como hemos repetido muchas veces frente a casos como el señalado, se imponga el “sálvese quien pueda”, olvidando la solidaridad, la empatía y el respeto por las instituciones y el prójimo. En este estado de cosas, la ficción planteada brillantemente por Oesterheld en “El Eternauta”, estará más cerca de nuestras realidades que lo que hayamos podido creer.
José Luis Laquidara
Abogado. Consultor en Derechos del Consumidor y Arbitraje
Asesor de la Fundación Ciudadana por un Consumo Responsable (FCCR)
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