“Descubre tu color de ojos ideal”, “esta es tu cara de modelo” o “con este filtro te verás con unos dientes perfectos”. Estas son algunas de las frases a las que se exponen millones de personas en el mundo cuando navegan por sus redes sociales. Realidades no reales que buscan el ideal de belleza y que calan en las mentes de aquellos que tienen poca autoestima, o que quizás sí la tienen, pero pretenden excesivamente encajar o agradar a los demás. Filtros. Filtros. Y más filtros. Un consumo abusivo que encorseta los cánones de la buena apariencia y caminan peligrosamente por el filo de lo que se ha denominado trastorno dismórfico corporal.
Esta patología refleja la consecuencia enfermiza que tienen los filtros de las fotos en la consideración de nuestro propio cuerpo. O como recoge el diccionario de la Real Academia Española, la dismorfofobia o “fobia a padecer algún defecto, anomalía o enfermedad que afecte estéticamente a una parte del cuerpo, especialmente al rostro” puede llegar, si no lo es ya, a ser una de las “epidemias” silenciosas más extendidas del planeta.
Porque ¿quién no ha caído alguna vez en aplicarse un embellecedor al hacerse un selfie? O probar uno de los filtros que aparecen al navegar por Instagram. Hasta ahí puede considerarse como un juego, un pasatiempo que sólo busca entretener. Pero el problema viene cuando un exceso en el uso de filtros nos hace distorsionar la realidad, tanto que llegamos a rechazarla.
Ya en 2017, tras sondear a sus miembros, la Sociedad Española de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética (Secpre) alertó de que uno de cada diez pacientes que acudían a la consulta para modificar algún rasgo físico lo hacía “influido por la difusión masiva de imágenes de sí mismo y la consiguiente opinión de otras personas sobre ellas”. Un 10,2% de los que pedían modificar su físico, frente al 5,0% de los que querían parecerse a algún famoso. Y de eso han pasado ya cinco años.
La pandemia provocada por la Covid-19 podríamos decir que ha acentuado quizás aún más toda esta tendencia. El confinamiento nos relegó a socializar por internet y nuestra imagen real dejó de ser vista a corta distancia. Se podía falsear y nadie se daría cuenta.
Poco a poco, con sigilo, los filtros como el Holy Natural fueron implantándose en nuestras fotos y claro, poco a poco también, muchos empezaron a ver esa imagen construida como la verdadera. Un problema cuando después el espejo del baño no mostraba la misma y en ella aparecían las manchas, ojeras o el tamaño de la nariz no era el que marcaba el estándar de belleza.
Entidades como la Advertising Standards Authority (ASA), el organismo de autocontrol del Reino Unido, han ido más allá y han dado la voz de alarma ante el uso de los filtros beauty o de belleza por parte de los famosos para publicitar productos, sobre todo cosméticos. Así ha dictaminado en varias ocasiones que las publicaciones de ciertos influenciadores en Instagram eran publicidad engañosa porque emplearon filtros de belleza y los consumidores recibían de esta manera un mensaje sesgado sobre la eficacia real del producto publicitado. Por ello, llegó al extremo de prohibir el uso de filtros de belleza que puedan resultar engañosos en los mensajes promocionados de los influenciadores en Instagram.
Recientemente una de estos llamados influencers en España ha querido alertar sobre el tema realizando un “engaño” en sus redes sociales. Marta Bel, más conocida en internet como Ratolina, es una de las 50 personas influencers más importantes de España (según datos de 2021) y cuenta con unos 423.000 seguidores en Instagram. Así, este mes de julio publicó en su cuenta de esta red social una fotografía de ella con el texto: “Te toca renovar el pasaporte? Acabo de terminar de grabar este lookazo con toda la parafernalia: extensiones, full-contorno y maquillaje flawless. El jueves os enseño el paso a paso, pero de momento perdonadme mientras inmortalizo este look sobre fondo blanco para usarlo en mi DNI durante los próximos 10 años”. Una fotografía de ella o más bien de la que parecía ser ella porque días más tarde confirmó que todo era parte de una mentira para advertir del peligro de los filtros y programas de edición de fotos. “La foto de pasaporte que ni era foto, ni era para el pasaporte, ni era yo. Bueno sí, pero no”, comenzaba diciendo. “Decidme la verdad, ¿cuántos pensasteis que esta foto era solo maquillaje? No os perdáis la explicación de este troleo en el último vídeo de mi canal”.
Mediante una aplicación consiguió modificar la forma de su cara, el tamaño de su nariz, la largura de su pelo o afinar su piel. Demostró con el retoque de su foto el peligro que tienen las imágenes que vemos en las redes sociales y la influencia que pueden causar sobre todo entre la gente joven. Y precisamente es este sector de la población sobre el que se debe tener especial cuidado ya que como señala Marta, los jóvenes no han vivido sin la presencia y la existencia de internet y las redes sociales. Su mundo gira en muchas ocasiones entorno a ellas y continuamente están recibiendo un ideal de belleza que los hace cuestionarse su propio aspecto e incluso, llegar a rechazarlo.
Ella misma señala que “cuando ve el antes y después” de la imagen, “le deja de gustar la foto inicial” y admite que “la foto final es mucho mejor” a pesar de que en la original ya se veía bien cuando se la hizo. Es este realmente el problema. Que te deje de gustar la versión real de ti mismo y más cuando no cuentas con la madurez suficiente para tener una autoestima bien forjada.
En este sentido, el uso de filtros no es en sí algo negativo, lo que sí es imprescindible es dejar claro que esas fotografías no son reales. Y, sobre todo, ser conscientes de que un uso excesivo puede derivar en problemas graves de salud que terminen con un paso por el quirófano para “solucionarlo”. Administraciones, empresas y famosos deben asumir su parte de responsabilidad en este dilema. Algunos ya lo hacen: es ya conocido que actrices de todo el mundo, como la española Inma Cuesta, se han quejado en ocasiones del excesivo de retoque fotográfico de su imagen para la publicidad, rechazando y prohibiendo que se difundieran de esa forma. Ese es el camino.
El objetivo es evidente: no crear en los consumidores un falso prototipo de belleza que los lleve a pensar que esa es la realidad y se autocastiguen psíquicamente por no cumplir esos estándares. Y para los usuarios, simplemente, la misma conclusión con la que la influencer Ratolina termina su vídeo: “no creas todo lo que veas en redes”.
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Lydia López Fernández. Licenciada en Periodismo por la Universidad de Sevilla. Miembro del Departamento de Comunicación de FACUA-Consumidores en Acción