Pareciera paradojal promover una “movilización por la Confianza “en una época donde los diagnósticos señalan un agotamiento de la solidaridad, de la credibilidad de las instituciones y una acumulación de ira y post verdad en las redes sociales. Si la Confianza es expresión de una cultura de solidaridad que se expresa en acciones gratuitas cabe preguntarse cuáles son sus condiciones de posibilidad en el contexto de estas crisis y de déficit de convivencia ciudadana efectiva. En un sentido estricto, necesitaríamos plantearnos la contribución de una movilización activa por la Confianza al desarrollo de propuestas éticas orientadas a que los individuos y las comunidades reconstruyan nuevos contratos sociales a favor de un bienestar humano que implique reconocimiento de los derechos de las personas, una mejor calidad de vida , la conservación del medioambiente bajo criterios de sustentabilidad ecológica y el pleno ejercicio de la ciudadanía democrática, inclusive la ciudadanía económica .

Sin embargo, la emergencia de movimientos ciudadanos de nuevo cuño a nivel global viene a redimensionar la potencialidad de avanzar hacia una cultura de la Confianza permitiéndonos una relectura de su significado y su “modernidad”.

Movimientos sociales y ciudadanos, plataformas de indignación, redes de solidaridad social animadas por organizaciones no gubernamentales, redes de emprendimientos y cooperación para el desarrollo local y el consumo justo y sustentable, movimientos ecologistas, feministas, indígenas, entre otras manifestaciones, constituyen el mapa de nuevas acciones colectivas públicas, de sentido pro-común. Es preciso valorar esta “conexión” de alcance global, el saber que se produce en sus redes, las instituciones que reúne y, sobre todo, sus valores constituyentes. Una nueva noción de “público” se va imponiendo como un valor clave de la re-fundamentación de las relaciones del Estado y la sociedad civil en materias constituyentes de la democracia y de la vida común.

Pero ¿no será un espejismo esta energía ciudadana crítica y contestaría? ¿Y que las fuerzas del individualismo de bajo perfil ciudadano terminen por hacer prevalecer una solidaridad de intensidad leve? ¿O que un abstencionismo ciudadano insatisfecho de la política existente terminará por transformar la Confianza en una nueva ironía moderna? ¿Los movimientos y redes de ciudadanos serán capaces de transformar su acción en un proyecto cultural que haga de la Confianza, en cuanto argumento de calidad democrática, una modalidad de hacer políticas éticas, reflexivas y responsables frente a los riesgos de la sociedad de la cuarta revolución industrial?

Para identificar las posibilidades de una sociedad confiable, decente y justa, sustentada en una ciudadanía “íntegra” y “radical” es importante tomar en consideración dos tendencias que operan en la sociedad actual: la primera es la tendencia a huir de las organizaciones, no hacer patente responsabilidades sociales a través de instituciones ciudadanas , limitar el reconocimiento de las acciones colectivas orientadas a fines sociales tanto identitarios como universales y focalizar el ejercicio solidario en causas residuales a través de intermediarios o proveedores externos que no son fiscalizados ni evaluados en la calidad técnica y ética de su función de proveedores de servicios sociales.

La segunda tendencia reconoce que una supuesta crisis de valores y un desprendimiento circunstancial de la arquitectura moral de la política no justifica la huida de las responsabilidades sociales de los sujetos y las comunidades, aún más plantea la pertinencia de identificar los conflictos de valores que están presentes en la sociedad, y sin la arrogancia neoconservadora asume el desafío de construir una cierta estrategia de incidencia en lo público, a través de modalidades ciudadanas críticas.

La Confianza es una proyección hacia lo público, por tanto, exige un discurso argumental para definir la relación de quien “da” o “dona” con la democracia participativa y sus valores.

Podemos decir que en esta versión la solidaridad se ciudadaniza, haciéndose más transparente y confiable para las instituciones y para los actores privados y públicos que convergen en el emprendimiento de políticas sociales. Este nuevo “trato” de la Confianza permite una acción colectiva sinergética. Decimos “sinergética” pues la Confianza crea climas culturales, asocia actores, articula proyectos y establece relaciones pro-comunes.

El potencial de la ciudadanía íntegra y “ radical” implica maneras de practicar la asociatividad bajo dinámicas institucionales distintas a las tradicionales que, sin embargo, colocan el individualismo en un rango crítico, en la medida que no es huida de lo público sino un afirmación de los valores modernos de las libertades políticas y una identificación con un catálogo de nuevos derechos humanos relacionados con demandas de pertenencia a identidades diversas y a la participación democrática directa, lo que se entiende ligado a una visión valorativa de la sociedad civil como el espacio de las buenas prácticas solidarias . Este enfoque comunitarista es una fuente argumental importante en el planteamiento que estamos elaborando y volveremos a ella más adelante.

La sociedad civil es la “forma social” en que se desenvuelve la ciudadanía íntegra. Por esto, no es casual que encontremos un parentesco entre esta manera de aproximarnos a la ciudadanía y los discursos asociativistas que valoran estratégicamente el “sector solidario-contestario” en cuanto fuente de una cultura de Confianza sustentada en una ciudadanía activa.

Un llamamiento a la Confianza ya no se le puede identificar con el statu quo, y pasa a ser un movimiento favorable a la transformación social y sus propias redes de sustentación institucional colocan en las agendas del desarrollo social temas éticos e institucionales convergentes con lo más eco y demo avanzado en este ámbito. Constituye un dato sobresaliente que la ciudadanía radical se nutra de una ética que socializa sus orientaciones, la hace partícipe de objetivos globales y solidarios con dinámicas promovidas por diversos actores de la sociedad civil y de los gobiernos.

Es en este contexto en que surgen manifestaciones de solidaridad, de movilización ciudadana, de reciprocidad y cuidado que van estableciendo redes de actuación y un pensamiento crítico acerca de nociones como ecodesarrollo, bienestar y realización humana. La Confianza vista desde este punto de vista, es una fuente constitutiva de identidad individual, contribuye a procesos de pertenencia, hace de la individuación moderna una experiencia ética y permite espacios de experimentación para el establecimiento de nuevos modos de practicar la reciprocidad y de relacionar el civismo radical con causas globales.

Este asunto no es menor, pues desde este civismo radical están surgiendo iniciativas y modelos de actuación social que dinamizan y liberan la democracia de sus ataduras formales, haciéndola más directa, más participativa y confiable para la ciudadanía. Estamos ante una posibilidad de re-sustentar la democracia desde abajo, desde la acción de los individuos y sus redes de altruismo y solidaridad, haciendo la modernización más reflexiva y constituyendo ciudadanías emprendedoras. La práctica de la reciprocidad, de la mutualidad y de la cooperación, cualidades propias de estas redes e instituciones que conforman el “sector solidario”, son también estrategias frente a los riesgos modernos y tienden a refundar la idea de lo público en cuanto espacio de relaciones formales, pero también gratuitas. Por ello, la práctica de los atributos ciudadanos virtuosos no se asocia sólo a la formalidad de la institucionalidad democrática sino a la construcción de una cultura solidaria, que redimensiona el individuo en redes, asociaciones y agrupaciones donde las personas “dan y reciben”. De esta manera, la Confianza en cuanto reciprocidad es una vía socialmente pertinente ante el miedo-riesgo-duda-desafección de la época que vivimos.

Sin embargo, este nuevo comunitarismo, no constituye un modo de proteccionismo aislante y sólo reactivo frente al miedo y el riesgo, sino una manera de practicar reflexivamente el dar, una manera (¿nueva?) de politizar la emoción, a través de comunidades de acción y de crítica.

Las personas ya no están convencidas de aceptar preceptos morales establecidos, sino que se sienten sujetos capaces de construir sus éticas de lo público. No estamos en una época vacía moralmente, sino en una época donde las personas buscan éticas más francas, más directas, más aplicadas a realidades concretas, que pasen por el escrutinio de la conciencia individual ante que de cualquier autoridad o institución que en el pasado pudo haber tenido reconocido su rol de orientación moral sin contrapeso.

Lo más interesante del fenómeno que estamos describiendo es que este proceso de individuación moral incorpora la pregunta por la reciprocidad y por lo comunitario y lo plantea desde inquietudes nuevas. Desde un enfoque minimalista, estas preguntas refieren a las posibilidades de la tolerancia y la búsqueda de acuerdos para condenar todo tipo de discriminación. En un enfoque intermedio, se trata de asociarse con otros para “voluntariar” causas comunes con mayor capacidad de conseguir resultados. Un enfoque mayor plantea la pregunta por las posibilidades de construir sentidos comunes en la sociedad y por sus mínimos éticos. Los tres enfoques traen consecuencias relevantes: el primero pone el acento el aprendizaje de la acogida y la participación en la diversidad como realidad y valor reconocido y por medios institucionales; el segundo promueve el asociativismo, las redes de actuación pública y fomenta la formación ciudadana; el tercero pone el acento en un tipo de contrato voluntario que actuaría como ética civil mínima vinculante para todas las comunidades. De este modo, estos enfoques realmente existentes ponen en evidencia los atributos de una nueva ciudadanía íntegra y “radical”, no sólo como una realidad sociológica sino como un conjunto de atributos, capacidades y recursos ciudadanos, éticos, comunicacionales, de reciprocidad-cuidado, pedagógicos y organizacionales que sustenten la matriz de la vida democrática: el reconocimiento de la diversidad, la inclusión, la participación y el desarrollo humano pro-común.


Jorge Osorio Vargas
Docente universitario. Magister en Educación y Mediación Pedagógica. Ex Secretario General del Consejo de Educación de Adultos de América Latina (CEAAL). Miembro del Directorio de la Fundación Ciudadana por un Consumo Responsable (FCCR)


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