La época que vivimos está siendo determinada por las nuevas tecnologías, la web, las redes sociales y diferentes plataformas digitales; por toda la información y contenido que dentro de ellas se genera básicamente, que se va convirtiendo para las sociedades en insumo para el día a día.

Los dispositivos móviles se han convertido en una parte vital para la comunicación entre los seres humanos, a tal punto que, según cifras de la Organización de Telecomunicaciones de Iberoamérica, con una población mundial de 7.400 millones de personas, el mundo tiene actualmente 7.700 millones de suscripciones a teléfonos móviles, es decir, hay más aparatos de este tipo que habitantes. Y si vamos más allá de la posesión de un móvil y lo analizamos por el tiempo que las personas pasan haciendo uso de él; según Statista, el tiempo medio global que pasaron los usuarios al día en Internet en 2020 fue de casi 7 horas por día.

En ese sentido la alfabetización mediática e informacional, ante el exponencial incremento de la desinformación, la polarización política, la creciente y variada influencia de las plataformas digitales y la pandemia del #COVID19 , se vuelve imprescindible por el fenómeno global de las FakeNews, ya que las nuevas tecnologías desinformación y comunicación, más allá de democratizar la palabra, el conocimiento y la participación ciudadana de manera activa y cívica, también han sido utilizadas para esparcir a niveles insólitos el caos de la utilización política, económica y social dela desinformación.

Según Jaime AbelloBanfi, director general de la Fundación Gabo, “la desinformación organizada se ha convertido en un fenómeno masivo y complejo, que genera impactos a nivel de individuos, grupos, organizaciones y sobre todo del funcionamiento político y social de las democracias. Su crecimiento parece imparable y ha dado lugar a toda una industria, impulsada por el cambio tecnológico, los beneficios económicos lícitos e ilícitos, los intereses geoestratégicos y la validación de líderes políticos que buscan imponerse en la guerra de narrativas en contextos de creciente polarización”.

Y es que actualmente las personas están más expuestas a información falsa que prolifera en los entornos digitales y que no es producto de la casualidad, sino que tiene por objetivo cambiar la percepción del mundo, de los pobladores de una región, de un país o de una ciudad, sobre un individuo, un grupo de individuos o de un hecho. Yendo muchas veces más allá de eso y buscando desestabilizar el orden y la democracia.

Y es que, al tener consumidores analfabetos (mediática y digitalmente hablando) un buen porcentaje de personas no discrimina la información que llega a sus manos, mucho menos la confronta, verifica y valida; sino que, al contrario, se vuelven sin quererlo impulsores de la desinformación al compartir “noticias” que aparentemente son verdaderas, pero que encierran datos o hechos falsos. Entonces decir que la misma sociedad es el problema y que es el pequeño motor que ayuda a viralizar una noticia falsa, no es una mentira.

Consumir este tipo de noticias nos hace daño a nuestra salud informativa, a ese derecho humano de conocer la verdad, ya que las Fake news lo que buscan es crear una nueva realidad; incluso ahora se habla del término “infocalipsis”, el riesgo que se llegue a un punto que la calidad de la información sea tan dudosa que al final, lleguemos solo a buscar la información que nos da la razón y se descartara toda la contraria.

El problema de confianza en una noticia viene dado cuando se carecen de referencias, tal como sucede con la información de actualidad. En muchas ocasiones, no hay una forma de conocer la verdad de manera inmediata, a menos que se someta a cuarentena la información, hasta encontrar las pruebas que demuestran los hechos mencionados por una noticia. Pero la discriminación de la información, se contrapone a los impulsos primarios de los usuarios en las redes sociales y de la sociedad en general, que reclama la inmediatez como un valor superior a la verdad y la prudencia.

Aparte de la alfabetización mediática, el análisis y discriminación de la información, también es importante la verificación y acreditación. Dado que actualmente cualquier persona puede crear, editar y difundir sus propias noticias, convendría que las redes sociales permitieran etiquetar o diferenciar a los periodistas acreditados, del resto de usuarios, y establecer advertencias para los lectores, al respecto de las noticias de las que se tenga sospecha de ser falsas, o bien que no cumplan los criterios en el análisis lingüístico y de frecuencias de términos poco creíbles.

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Amílcar Durán. Periodista y Comunicador social. Docente universitario. Especialista en producción audiovisual. Responsable en Comunicaciones de FCCR