¿Existe algún referente conceptual que nos diga tajantemente cuál es la diferencia entre ser consumidor y ser consumista? Desde la economía podemos afirmar que consumidor es la persona u organización que consume bienes o servicios que los productores o proveedores ofrecen para satisfacer algún tipo de necesidad real o imaginaria; el consumidor es la etapa final del proceso productivo. El consumismo, por otra parte, es la compra o acumulación de bienes y servicios considerados no esenciales, pero si se trata de intangibles, se es consumista cuando se consume sin mediar reflexión, información ni consciencia. El consumismo es un pilar fundamental del capitalismo y desde algunas disciplinas se puede considerar una patología.

La cosa es que no solo consumimos mercancías. Hoy en día consumimos información, tiempo propio o de otros, publicidad, promoción y patrocinio. Consumimos la oferta de felicidad y éxito que nos ofrecen las grandes marcas, y también consumimos una falsa idea de seguridad que nos ofrecen frente a la amenaza de algo peor de lo que podemos estar viviendo. ¿Cuándo estas cosas no materiales, pero no por ello menos importantes, se convierten en consumismo? La respuesta parece provenir de ese lugar en el que confluyen las afugias cotidianas por conseguir un bienestar siempre más lejano y la anestesia de los medios masivos con sus realitys, sus noticieros de desesperanza, etc. En suma, de ese viejo lugar donde te pueden comer los leones, pero donde también te dan migajas de pan.

¿Qué tiene que ver esta introducción con la interferencia de la industria y las políticas públicas?

La gran industria transnacional, independientemente del ramo del que se trate, evidencia cada vez con mayor descaro las diferentes estrategias que usa para impedir que los gobiernos de la mayoría de nuestros países adopten políticas de protección de la salud humana y ambiental. América Latina ve como industrias mineras, tabacaleras, de comestibles, de armas, de agrotóxicos, farmacéuticas, etc., compran parlamentarios, fiscales, jueces, presidentes (el caso Odebrecht es solo un ejemplo que se les salió de las manos), con el objeto de que los gobiernos legislen a su favor, protegiendo en el corto y largo plazo sus inversiones.

Todas estas industrias afectan cada vez en mayor medida a la vida de las personas y ecosistemas, contribuyendo a la destrucción de la salud humana y ambiental y devastando las posibilidades de construcción democrática en nuestros países. Bajo argumentos economicistas de los derechos, aplastan la dignidad humana en la que se basan todos los derechos humanos y de la naturaleza que, para el caso, están indisolublemente ligados.

Tomaré solo un ejemplo para facilitar la reflexión.

La mal llamada industria de alimentos, que en realidad vende comestibles ultraprocesados, es responsable en gran medida, según la Organización Mundial de la Salud, de las enfermedades crónicas de las cuales enferma y muere hoy la gente en el mundo. Existe suficiente evidencia científica al respecto del daño producido por  las bebidas azucaradas y la comida chatarra: la industria se ha dedicado a pagar profesionales de la salud que creen dudas sobre la evidencia, además de comprar a decisores políticos, entre otras estrategias. Pero lo que más les funciona es la que hacen a través de los intangibles. Todos sus comestibles (que no alimentos) prometen salud, bienestar, felicidad, inteligencia (en el caso de los menores), etc.  Estos intangibles se articulan a través de la publicidad, la promoción y el patrocinio. Están en las películas de superhéroes (con lo cual se aseguran de que los niños y jóvenes se vuelvan consumidores, que son su población de relevo cuando se mueran los consumidores mayores), están en los campeonatos deportivos, están en las redes… Están en todas partes.

Su gran éxito es convertirnos a todos en consumistas de los intangibles que prometen, y hemos caído fácilmente porque no hay esquina del mundo donde no estén, porque la mayoría de sus productos están diseñados para ser adictivos y porque invaden todos nuestros cinco sentidos con mensajes directos o subliminales. De paso, han ido reemplazando en el paladar de las personas y en el desarrollo de nuestros pueblos a la economía familiar campesina, otrora y aun en algunos países, productora de comida real y biodiversa.

Como ciudadanos y promotores del consumo consciente invertimos grandes esfuerzos educando en la idea de evitar el consumismo, quizá nos ha llegado la hora de que las organizaciones de consumidores ayudemos a profundizar sobre consumismo y política pública. Quizá debemos ocuparnos con mayor ahínco de lo que significan conflictos de interés e interferencia de la industria como formas de corrupción.

Es clave que podamos ayudar a las personas a identificar si un producto cumple las especificaciones de seguridad, o que alertemos sobre el consumo de productos contaminados con mercurio, o sobre el derecho humano y de las demás especies vivas al agua. Todo eso es crucial y parte de este complejo problema, pero quizá también debamos preguntarnos, ¿qué política estamos consumiendo?

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Esperanza Cerón, MD. Directora Educar Consumidores. Colombiadireccion@educarconsumidores.org